Por Beatriz Miranda Côrtes
Don Pedro II
En 1808, las tropas napoleónicas invadieron la península ibérica. Ante los riesgos que suponía la invasión, la monarquía lusa optó por la fuga. Bajo el mando de João VI, la familia real, acompañada por 15.000 nobles y escoltada por navíos ingleses, se trasladó a su principal colonia. Río de Janeiro se transformaba así en la capital del imperio portugués, es decir, a partir de ese momento, la colonia se convirtió en la metrópolis. Portugal pretendía difundir la idea de la aparición de un imperio luso-brasileño en los dos lados del Atlántico. Así, 1808 marcó el inicio del proceso de independencia de Brasil. En Río de Janeiro lord Strangford registró en comunicación al Foreing Office que la Gran Bretaña quedaba en la posición de establecer con los “Brasiles” una relación “soberano y súbdito”, “y de exigir” obediencia como precio por la protección.
El 28 de enero de 1808, João VI decretó el fin de la exclusividad colonial, mediante la divulgación de la carta regia de apertura de los puertos a las naciones amigas. Esta medida benefició principalmente a Inglaterra. El comercio entre Brasil e Inglaterra se cuadruplicó en el transcurso de 1808.
“Dos años después de la apertura de los puertos (…) los británicos reivindicaron privilegios especiales. El Tratado Anglo-Brasileño de 1810 imponía en Brasil aranceles más altos a los portugueses que a los propios británicos, una imposición que discriminaba a la “madre patria” y representaba un severo golpe a las ya frágiles oportunidades de reconciliar a Portugal con Brasil y su nuevo estatus como sede de la monarquía” (Maxwell, 1999).
La guerra peninsular contra la ocupación francesa duró hasta 1814. Portugal se encontraba en ruinas, no sólo por la guerra interna sino también por la reducción del comercio colonial. Sin embargo, la Corte no demostraba un gran interés en regresar e institucionalizaba políticas que parecían perjudicar aún más al reino. Siguiendo la recomendación de Charles Maurice de Talleyrand, representante francés en el Congreso de Viena, que consideraba necesaria, por el principio de legitimidad dinástica, la reconducción de sus reinos por los monarcas depuestos por Napoleón, Brasil es elevado a la categoría de Reino Unido de Portugal y Algarves, el 16 de diciembre de 1815, y así, jurídicamente, Brasil deja de ser colonia. El 1816, debido a la muerte de María, “la Loca”, el príncipe regente João fue aclamado rey de Portugal, Brasil y Algarves.
En 1820 tuvo lugar en Portugal la “Revolução do Porto”, de corte liberal, que exigía el regreso de João VI a Portugal y una nueva constitución que limitara los poderes absolutistas del rey. La elite colonial, conformada ahora por comerciantes, hacendados, traficantes de esclavos y burócratas, adhirió a la revolución. Los intereses brasileños de aquel entonces fueron formulados por los representantes de São Paulo, encabezados por José Bonifacio de Andrada e Silva, con el fin de mantener a Brasil unido a Portugal, garantizando así los privilegios conquistados a partir de 1808.
El 26 de abril de 1821, João VI retornó a Portugal, llevándose todo el oro del Banco de Brasil. Para las cortes de Lisboa no era suficiente el solo regreso de João VI, consideraban prioritario “recolonizar” Brasil. Prácticamente todo el cuerpo diplomático acreditado en Brasil dejaría el país.
João VI salió del país con la conciencia de que la independencia de Brasil era inminente. De esa forma, dio instrucciones a su hijo, Don Pedro, para que se uniera a la causa de los independentistas. Algunos temas prioritarios los unían: “La conciencia de que preservar el orden esclavista y la hegemonía política de la elite centro-sur requería el fortalecimiento del gobierno con sede en Río de Janeiro”1.
En 1822, Don Pedro proclamó la independencia de Brasil con la célebre frase “Independencia o muerte” y, en seguida, fue aclamado emperador. Según nos cuenta la historiografía tradicional, todo esto sucedió sin un mínimo de luchas; desestimando, de ese modo, a los diversos y significativos movimientos insurgentes ocurridos en varias regiones de Brasil, que se negaban a estar bajo el control del proyecto excluyente de Estado encabezado por la elite de Río de Janeiro.
De esa manera, Brasil se “independizó” y, por consiguiente, se convirtió en un imperio. Desde un punto de vista político, este acontecimiento se dividió en tres etapas: ascenso al trono de Pedro I en 1822 hasta su abdicación en 1831; etapa de la Regencia, en la que el país fue gobernado por “regentes”, en espera de la mayoría de edad del hijo de Pedro I; y reinado de Pedro II (1840-1889).
Podemos vislumbrar que lo que estaba en juego no era la independencia de Brasil sino la preservación de la monarquía en las Américas, así como la integridad territorial. Sin embargo, la clase dominante, a pesar de ser aliada de Don Pedro en el proceso de independencia, percibían ahora la posibilidad de organizar un nuevo Estado bajo su hegemonía. En la Constitución de 1824 prevaleció un alto grado de centralización, impuesto por Pedro I, lo que provocó durante su reinado enfrentamientos constantes.
REFERENCIAS
(1) Campos, Flavio. Historia do Brasil . Brasilia, FUNAG, 20
No hay comentarios:
Publicar un comentario