El viernes 5 de agosto del próximo año deben inaugurarse los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro. Lo que no sabemos es en qué país vaya a ocurrir la ceremonia.
Déjeme hablarle primero de la economía de Brasil.
Hace poco nos enteramos que en el tercer trimestre el PIB de Brasil cayó 4.5 por ciento. Para el año completo, el consenso indica que habrá una caída de 3.5 por ciento y para 2016 de 3.2 por ciento. La caída acumulada para los dos años será de 6.6 por ciento.
En las últimas décadas no hay una caída acumulada de esa magnitud.
Es decir, la mayoría de los brasileños no ha vivido en una situación económica tan crítica como la que hoy existe.
Por si algo faltara, el déficit fiscal de Brasil es de 9.13 por ciento del PIB actualmente y su deuda pública como porcentaje del PIB está cerca de 59 por ciento.
Pero lo peor de todo es que 21 por ciento de la deuda externa de Brasil tiene vencimientos en 2016. Esto significa que el próximo año deben pagarse alrededor de 72 mil 450 millones de dólares de vencimientos de la deuda total de 345 mil millones. No hay cómo.
Cuando se ve ese cuadro es que se entiende por qué el real se ha devaluado en 46 por ciento a lo largo de este año.
Por si algo faltara, tras la demanda del juicio de destitución de la presidenta Dilma Rousseff la semana pasada, se perfila una situación de parálisis política.
En uno de los editoriales de The Economist, en la edición que circula esta semana, que se puede traducir algo así como “El comal le dijo a la olla”, se plantea que la propuesta del líder del Congreso, Eduardo Cunha -también acusado de corrupción- para juzgar a Dilma, tiene grandes debilidades jurídicas, pero va a servir para producir una inacción por varios meses, en un contexto en el que la situación económica requiere acciones rápidas.
Es difícil imaginar que antes de la inauguración de las olimpiadas de Río, Brasil vaya a mantenerse sin crisis.
Para México hay una desventaja de corto plazo y una ventaja de largo plazo.
En lo inmediato, una crisis financiera en un país tan grande como Brasil nos va a pegar.
La aversión al riesgo que va a generar en los mercados financieros y la alta liquidez de nuestra moneda, van a producir ventas de activos en pesos, y con ello, olas de inestabilidad y encarecimiento del dólar. Espérelas.
Pero por otro lado, en lo estructural, quizás una parte de las inversiones productivas que visualizaban a Brasil como opción van a voltear hacia México.
El triunfo de Mauricio Macri, la derrota electoral de Maduro y la crisis que más temprano que tarde va a marginar a Dilma de la presidencia, van a cambiar radicalmente el balance político de la región.
Nos conviene prepararnos para resistir la crisis brasileña, que nos tocará cerca, y para posicionar a México como la mejor opción de inversión de América Latina para las próximas décadas, pues pronto habrá competencia.
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