MILENIO
José Luis Reyna
El título de este artículo es el mismo que la revista Valor (Banamex, feb-mar-2012, págs.64-65) preguntó a media docena de periodistas. Más que una pregunta es una conclusión que merece comentarse porque permite poner, en perspectiva comparada, el desempeño socioeconómico y político de uno y otro país. Algunas de las explicaciones que se encuentran en el texto antes referido son las siguientes. Brasil nos aventaja por: 1) la definición de políticas públicas ambiciosas y de largo plazo, 2) la diversificación de sus exportaciones, 3) un impulso significativo al desarrollo de su gente y de la tecnología, 4) un manejo eficiente de su economía junto con programas que disminuyeron significativamente la pobreza, 5) la instrumentación de reformas estructurales para impulsar su crecimiento económico, en particular la fiscal y la energética, 6) la privatización parcial de su empresa estatal petrolera (Petrobras) sin que el gobierno perdiera el control de la compañía. Esto ha sido esencial en su estrategia de desarrollo.
Si lo anterior es algo que hizo Brasil en los últimos tres lustros, México en contraste no hizo una buena tarea implicada en los puntos anteriores. Con base en lo anterior es que Brasil se ha convertido en la sexta economía del mundo (medido por el tamaño de su producto interno bruto) mientras que México está siete lugares atrás. En efecto, las políticas públicas mexicanas son de corto plazo, lo que impide la continuidad en el alcance de objetivos. México, por su cercanía a la primera economía del mundo, no puede ver que existe el resto del mundo. El mercado de México está al norte, mientras que el de Brasil se distribuye alrededor del mundo. Las políticas económicas de México no han contribuido a diversificar las exportaciones.
México lideró la segunda mitad del siglo XX a América Latina. El “milagro mexicano” (1955-1970) hizo pensar a muchos que nuestro país podría ser una potencia. El crecimiento promedio de alrededor de 7 por ciento anual y sus variables macroeconómicas imprimieron una gran estabilidad económica junto con un crecimiento sostenido. Sin embargo, todo se pasmó. No se invirtió en ciencia y tecnología lo suficiente. En cambio Brasil (al igual que India, China, y Corea del Sur) se apostó a la formación de recursos humanos y al ensanchamiento del segmento científico. Hoy en día, Brasil invierte alrededor de un punto porcentual de su PIB en esta área, mientras que México lo hace en 0.3 por ciento. Sirva de ejemplo la empresa que produce aviones (Embraer): productos con ingredientes tecnológicos altos y, por tanto, de alto valor agregado. México no tiene una empresa semejante.
Brasil abrió su empresa petrolera al capital privado. Hoy en día se encuentra en el grupo de los 10 países más importantes en exportación de petróleo. En la actualidad se están construyendo cinco refinerías lo que permitirá producir la gasolina que requieren para su consumo interno y, además, tener un remanente para la exportación. México pretende construir una, en Tula, y después de más de tres años el avance es nulo: solo se ha bardeado. El resultado: producimos petróleo e importamos gasolina; producimos materia prima e importamos productos con valor agregado.
Pese a que Brasil muestra síntomas de desaceleración de su economía (México crecerá más este año) su desempeño económico ha sido un factor que ha atraído una cantidad más que importante de inversión extranjera. En 2011 ingresaron al país más de 65 mil millones de dólares (mdd), mientras que México atrajo un tercio de esa cantidad: alrededor de 20 mil mdd. Ese diferencial tiene mucho que ver con la certidumbre económica y las políticas públicas que se instrumentan en uno y otro país.
En Brasil, desde el año 2000, 38 millones de habitantes (cerca de 20 por ciento respecto a su población total) han ingresado a la franja de clase media. La importancia de esta cifra es que el mercado interno se encuentra en un proceso de fortalecimiento, lo que significa otro detonante para el crecimiento económico. Brasil va de la mano de la tendencia mundial de disminución del número de pobres. De acuerdo con algunas estimaciones, la pobreza mundial en 2010 es la mitad de lo que era en 1990 (M. Naím, El País, 11/III/12). China e India también han dado pasos importantes al respecto. En contraste, la previsión que hace el investigador José Luis de la Cruz, del Tecnológico de Monterrey, es que al final de este sexenio habrá 60 millones de pobres, lo que equivale a engrosar la franja de pobreza en 15 millones más de personas, en comparación con el sexenio de Fox. Esta cifra se explica por el bajo crecimiento económico y la elevada desigualdad del país (MILENIO Diario, 22/III/12).
La clase política brasileña tiene defectos. Sin embargo, en la medida que se defina una política que implique una reforma estructural, la reacción de esa clase, independientemente de sus diferencias, es lograr acuerdos que la impulsen en aras de su crecimiento económico. En México nos falta mucho terreno por recorrer para articular a nuestra clase política y hacer que logren acuerdos que beneficien al país y dejan atrás eso que la corroe: sus intereses partidistas y personales.
La última decepción en la relación entre México y Brasil fue que nuestro país haya cedido a las exigencias del país sudamericano en cuanto al comercio automotriz. Se echó por tierra la posibilidad de firmar un tratado de libre comercio que habría incrementado el intercambio comercial entre ambos países. Sin embargo, lo que es preocupante es que Brasil se haya impuesto a México cuando el déficit comercial subió a niveles que Brasil no aceptó: la exportación de autos mexicanos se había duplicado en el último año.
Por años el comercio bilateral fue pequeño, si se considera el tamaño de estas dos economías, y Brasil casi siempre fue superavitario. Cuando esta situación se invirtió, los brasileños echando manos de medidas proteccionistas, impusieron una serie de medidas que disminuirán la exportación de autos armados en México a la nación sudamericana. Lo anterior pone en duda la capacidad negociadora del gobierno mexicano, lo que implica, entre otras cosas, una especie de disgusto y decepción de la clase empresarial.
No es la intención decir que Brasil es un paradigma. Tiene problemas. Sin embargo, no es fortuito que ahora sea la sexta economía del mundo, un poco más grande que la de Inglaterra, que pasó al séptimo sitio. La próxima administración presidencial no puede pasar por alto las medidas brasileñas que la colocan por encima de la nuestra. De Brasil se tienen que aprender algo.
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